Personajes: El Jefe, Santos. La ejecutiva, Ingrid. El mensajero, Peláez.
Son las 9:00 de la noche en una oficina en el norte de Cali. Hace dos horas cerraron el lugar. Sólo está el jefe, Santos e Ingrid, una de las ejecutivas de la empresa con la que sostiene un romance. Un tercer individuo permanece oculto, esperando cerca al elevador, ese es Peláez. En la tarde, el jefe lo despidió por demorarse con un recado. Santos e Ingrid salen de la oficina con ánimo de festejar, atraviesan la oficina vacía y entran al elevador. Antes de que puedan cerrar la puerta, Peláez se va por la espalda del jefe y lo amenaza con un puñal. Ya adentro del elevador, el mensajero le ordena a la mujer que cierre la puerta y marque el primer piso. El ascensor desciende; al tiempo que Peláez recrimina a su jefe por haberlo despedido y le entierra lentamente el puñal. De pronto, el ascensor se detiene de un solo golpe entre el piso cuatro y tres. Los ocupantes se caen al suelo. La luz se va un instante, pero unas luces de emergencia alumbran el lugar.
Peláez no sabe qué hacer en ese momento. Santos se burla de él, le dice que ahora no hay forma de que pueda matarlo sin que lo atrapen. El mensajero apuñala iracundo la cojinería en que está forrado el elevador. El jefe se ríe, mientras se peina su cabello con un peine que guarda en el bolsillo del saco. La mujer permanece recostada contra la pared, aun impresionada por lo sucedido. Peláez se sienta en el suelo y le dice a Santos que él no es el único atrapado. El jefe se descompone ante el tono insolente del mensajero y le pide que se explique. El joven le dice que él sabe porque lo despidió y sabe porque está con Ingrid en un elevador, dos horas después de la hora de cierre. Santos aprieta el peine en su mano hasta que perfora su piel, unas gotas caen sobre el piso del elevador. El mensajero sonríe. El jefe se lamenta de su mala fortuna, “una noche” piensa, “un desliz de una noche y al carajo quince años de matrimonio”. “Al diablo, la reputación como respetable hombre de familia ante los dueños de la empresa”. Santos se quita el saco y se afloja la corbata, pues se siente sofocado. Él maldice a Ingrid y la forma en que lo tentó, también a su propia debilidad y a la mala fortuna que esa noche lo llevó a encontrarse en tan precaria situación. La mujer lo ve, incrédula ante lo que dice, pero sin responderle. Sin embargo, Peláez le dice, con tono acusador, que esta no es la primera vez que los dos salen juntos. El jefe se le abalanza empujándolo fuertemente contra la pared del elevador. El mensajero, lo amenaza con el cuchillo para calmar sus ánimos. La mujer, nerviosa, presiona uno a uno los botones del elevador, buscando que la fortuna la saque de ahí. Peláez le pide que dejen de aparentar; él sabe que el jefe lo despidió por haberlo visto a la salida de un motel con Ingrid.
Santos camina lentamente y se recuesta contra la puerta metálica del elevador, buscando un poco de frío; cada vez suda más. Se aprieta el entrecejo, mientras ve a Ingrid que tiene su mirada fija en el mensajero. El jefe se da vuelta y confronta a Peláez. Le pregunta por qué le es de tanto interés lo que haga o deje de hacer con ella. La mujer se hace la desentendida. Peláez se lo dice, no aguanta un día más de sentir el olor de Santos en la piel de su amada, Ingrid. Hace largo tiempo, cada día busca el coraje para matarlo y él le dio la motivación perfecta al despedirlo. Santos mete sus dedos entre la puerta del elevador y con su mayor esfuerzo lo abre. Ve que el aparato está atorado entre dos pisos y ninguna de las aberturas es lo suficientemente grande para salir. El jefe dirige su atención finalmente sobre Ingrid, la toma por el brazo y le pregunta si ella sabía sobre esto. Si su plan era matarlo a él y huir con Peláez. Si tenían planeado vaciar sus cuentas bancarias e irse a otra ciudad para ser felices por siempre. El mensajero le dice que le quite la mano de encima; luego confiesa que el plan fue sólo suyo. Afirma que él sabía que Ingrid entendería, que lo hacía por amor.
En ese momento, Santos y Peláez están cara a cara. El mensajero le da vueltas al puñal entre sus manos, mientras confronta al jefe. “Basta” grita Ingrid. La mujer se para frente a la puerta abierta, prende un cigarrillo y se dirige a los dos. Recrimina a los dos por su vanidad; al que la culpa por arruinar su matrimonio perfecto y al que se excusa en ella para cometer un crimen. Les dice con un tono amoroso, que a los dos los quiso por igual, pero ellos se tomaron atribuciones que ella en ningún momento les permitió. “No soy ni tu moza, ni tu musa”, les expresa a los hombres. Les explica que estuvo con ellos porque le gustaban; por el simple goce de estar con ellos. “Nunca les pedí nada, pero ustedes montaron su propia telenovela en su cabeza. De ti, Santos. Nunca esperé que dejaras a tu mujer por estar conmigo. A ti, cariño, nunca te pedí que me liberaras de mi situación”. Ingrid termina por decirles que no quiere estar con ninguno de ellos. Les manifiesta que necesita un hombre más seguro de sí; que pueda amar a una mujer, sin creer que es de su propiedad.
Santos se mira su mano ensangrentada. Se sienta y se recuesta contra la pared, porque cada vez hace más calor y está más cansado. “Un hombre de familia ejemplar”, susurra Santos. Reflexiona sobre si alguna vez lo fue, recuerda las numerosas mujeres que tuvo como amantes desde que se casó. Recuerda su primer año de casado, su primera novia, hasta su niñez. Intenta visualizar los momentos en que se sintió amado; pero el calor es cada vez mayor, así mismo el cansancio. Entre sus recuerdos, el jefe se duerme, ahí, recostado en el elevador. Ingrid fuma, a la espera que el aparato por fin descienda. Voltea a mirar a Peláez quien permanece de pie. Él tiene el puñal en una mano y le toca la punta con un dedo de la otra. Eventualmente cae una gota de sangre. Se pregunta a sí mismo, cómo hace unas horas le parecía tan fácil la idea de matar a un hombre y ahora no era capaz de acabar con su propia vida y su miseria. El ascensor arranca. La luz del hall del edificio lastima los ojos del mensajero y lo saca de su monólogo interno. Mira a Ingrid por última vez. Ella camina entre los clientes que esperan en el lugar y sale del edificio. Los curiosos se amontonan para ver a los dos hombres en el elevador, pero nadie se atreve a preguntar qué pasó.
Peláez mira a Santos dormido; no siente rencor hacia él. No puede pensar en un motivo para matarlo. El mensajero se pregunta por la rareza del corazón. Cómo lo que hace horas era tan caliente; en este momento se siente tan frío. Se pregunta si esa es la naturaleza de la pasión, volatilidad seguida de calma. Si algún día volverá a sentir lo que sintió por Ingrid y cómo lo manejará. “Soñé que ella estaba conmigo, pero luego desperté” dice Santos mientras abre los ojos. Los dos hombres se miran. Se cierra la puerta del elevador.
-Fin-