25 de marzo del 2008
A Camilo:
¿Cuáles son los límites del control? Me preguntas inquieto, no pudiendo esperar un año más para averiguarlo. Ya que te estimo no tengo más opción que revelártelo. Los límites del control es la misma película que uno cuenta una y otra vez inevitablemente. En ocasiones el personaje es William Blake disparando palabras a través del oeste, en otras es Don Jonston visitando viejos amores con un ramo de flores rosados en sus manos. Otras veces eres tú, que has perdido algo en un día lluvioso y no sabes si seguir buscando o cubrirte para no mojarte. Hoy es Bill Murray, en un cuarto, esperando a dar el último golpe. Su cara está curtida por años de crímenes y corazones rotos; y hoy es el último crimen. Enrosca el silenciador, luego empuja a un lado la cortina con su arma. Faltan cinco minutos para que entre a jugar un papel en el gran golpe. Golpean la puerta, entra el botones sin esperar respuesta, es Steve Buscemi. Un silencio a gritos congela a los dos hombres, uno con llave en mano, el otro con fierro.
Si lo mata, pone en riesgo en plan; si no lo mata, pone en riesgo en plan. Un viajero a destiempo y al diablo los límites del control. Un gorrión sobre la mira de un francotirador y adiós muerte perfecta. El cruce de una calle, interrumpido por un vehículo en fuga, y nunca nos toparemos en la acera del frente con la mujer que más podríamos haber amado en la vida. Así, está Bill con el botones en esa habitación, como todos, siempre, a un punto de giro de cambiar su propia historia. Durante su indecisión, pasa a lo lejos, a través de la ventana, el descapotado rojo con el personaje que tenía que morir. La vida le pasa a través de un vidrio, se abalanza presuroso a capturarla, pero ya es muy tarde. En su cercanía sólo queda un reflejo difuso de una derrota más, un retrato imperfecto de nuestro limitado control.
Al final queda un arma con balas para nadie. Un hombre acompañado de otro, pero solo. En un cuarto de hotel, en el que en un día, sentado en la cama, nació su deseo del plan perfecto; creció su anticipación por el triunfo futuro, mientras corría la cortina y murieron sus planes, por el azar. Al final queda el rostro arrugado de Bill Murray, se ríe de lo absurdo de su mala fortuna, encuentra eco en la risa de Buscemi. Sale de la habitación, no pasó nada, pero su cara ya no es la misma. Así como es irreconocible la cara magullada de Don Jonston bañado en sus flores rotas, o el semblante de William Blake pintado con la sangre de animales salvajes y embarcado en una canoa hacia un nuevo mundo. Un día la tuya también lo será. Si uno camina suficiente en este mundo, irremediablemente termina por ser otro. Y sobre eso, mi querido amigo, no hay límites de control que valgan.
Esperando que mis palabras le hagan justicia a las imágenes.
Jim
2 comentarios:
¡¡¡Oh, qué sorpresa con esto!!!, comencé a leer desprevenida la reseña y me encuentro con este diálogo. La sugerencia es clara Camilo, te parece si intentamos para trabajo final un homenaje puro y claro hacia "Jim".
!Si, me encanta la idea!
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