Dicen de ella que del vientre salió disparada, y desde que nació no ha parado de girar. De niña corría alrededor de sus compañeritos en el recreo, agitando su gran melena como un juego más. Ahora, se agita en las pistas, bailando entre amigos y extraños, que admiran su energía. Años y años de girar, inevitablemente le traen días de cansancio. En los que se detiene y oculta su cara entre sus manos y cabello mojado. Para alegría de sus seres queridos, el cansancio dura poca, y muy pronto está de vuelta en su ritmo frenético, de mil actividades y sonrisas.
Años más tarde, seguirá rodando, ahora en formato de 35 milímetros. Dos películas por año, tal vez tres, a un ritmo tan elevado no pueden ser menos. La película pasará y pasará, de Buenos Aires, a Nueva York, de Nueva York a Cali, y de Cali a otro lugar. Sin embargo, inevitablemente un día alguien la anclará a un lugar.
Allí, será otra, pero no se equivoquen, no dejará de girar. Aprenderá a girar a compás de dos, y a menor distancia; luego serán tres, y los giros se volverán imperceptibles. Su energía desbordada se volverá en amor y cuidado; por los suyos, por el cine. Los años seguirán avanzando, y la quietud le será cada vez más agradable. Hasta que un día esté ya mayor, muy quietecita en un sofá, mirando a sus nietos corretear por la sala; como en los viejos tiempos.
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